Cultura | EL BOOM DEL SWING

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Andrés Valenzuela

Con un circuito de salones, clases y fiestas que se extiende desde suelo porteño a ciudades como La Plata, Córdoba y Rosario, el género suma cada vez más adeptos.

Pista. Si en otras danzas la exigencia puede ser mayor para los neófitos, en el swing la premisa es divertirse.

Foto: Guadalupe Lombardo

Un rato al costado de la pista alcanza para darle la razón a Gaby Bangueses: la gente sonríe. El swing no solo es entretenido de escuchar, parece muy divertido de bailar, especialmente como «lindy hop», su variante más difundida en la Argentina. Swing After Office es apenas uno de los salones porteños donde aprender a moverse al compás del género, ya que la movida inaugurada por espacios como Cultura Swing o Swing Club, ahora también se extiende a ciudades como La Plata, Córdoba, Rosario, Mar del Plata y Bariloche.

Ernesto Biggeri, pionero al frente de Cultura Swing, explica que en realidad esta música y su danza llevan muchas décadas de presencia en el país. Que en las milongas de la época de oro, así como las orquestas tradicionales tocaban un pasodoble u otros ritmos europeos, también podían alternar con alguna agrupación de jazz que amenizaba la noche e incursionaba en el swing. «También había en los conciertos de Oscar Alemán, en los bailes de rock and roll donde los musicalizadores incluían una gran variedad de canciones que se encuentran dentro del espectro del género», cuenta.

«El baile es muy amplio y hay infinitas formas de encararlo. El lindy hop, que es una de las variantes originales, se empezó a bailar en Buenos Aires hace unos 25 años, cuando con un grupo de amigos nos empezamos a interesar por aprender a través de videos en VHS que fuimos consiguiendo, y luego fuimos intentando difundir», recuerda.

Desde esa experiencia iniciática, Biggeri y su entorno profundizaron con viajes y con el acceso a profesores extranjeros, pero también pusieron su conocimiento al servicio de otros. Muchos de esos alumnos, como Maby Ortega, abrieron luego sus propios espacios para difundir la disciplina. Ortega es bióloga y, curiosamente, fue eso mismo lo que la acercó a la danza. Un taller en Ciudad Universitaria, que aún sigue en funcionamiento, le abrió las puertas de este mundillo. «El taller continúa después de 18 años, así que somos varios los biólogos, matemáticos, diseñadores y arquitectos que formamos parte del ambiente del swing», comenta.

Música frenética
El swing genera pasiones y, cuando sus devotos se entusiasman, es fácil perderse entre tantos nombres, la mayoría de ellos en inglés y vinculados al jazz. Bangueses, por ejemplo, señala que además del lindy hop (que se baila en pareja) existen el «authentic jazz» (para moverse en solitario) y otros estilos para hacerlo en compañía como «Balboa» y «shag». Ortega suma el «charleston» a la lista.

Vista desde lejos, la danza parece difícil. Movimientos rápidos, precisos, una música que por momentos resulta frenética de tan picada. «Es un ambiente muy piola, que no te juzga si estás aprendiendo a bailar», revela Florencia, una habitué de la escena. Si otros bailes de salón, como el tango, pueden ponerse algo más exigentes con los neófitos, que enfrentan el peso de una enorme tradición popular, para el swing y el lindy hop la premisa es divertirse. Y eso se cumple de sobra.

Además de las muchas fiestas, bailes y festivales (como el CAPOS), cada mayo se celebra el «día internacional del lindy hop» en conmemoración del cumpleaños de Frankie Manning, uno de los fundadores del estilo. «Se arman bailes, flash mobs y demás actividades en todo el mundo y, por supuesto, también en Argentina», destaca Ortega.

¿Por qué creció tanto la movida del swing en los últimos años? «Creo que la gente se engancha principalmente por el ambiente, que es muy ameno, hay buena onda y las personas nuevas se integran rápidamente», reflexiona Biggeri, que ya lleva más de tres décadas viendo los altibajos del rubro y disfruta ahora de un momento de reconocimiento con Cultura Swing. «La música también engancha, porque es muy variada e incluye gran diversidad de estilos», agrega.

Biggeri y Bangueses reconocen que, como en otras danzas, hay quienes se quedan en la esfera social y quienes se meten de lleno e incluso viajan para participar en competencias internacionales. «Se interesan en un principio porque lo toman como una actividad física placentera, y después la música y la interacción que se da con las demás personas influye obviamente para que lo hagan en toda su magnitud, como una forma de expresión artística», observa Biggeri.

Bangueses es fiel ejemplo de lo anterior. «Yo bailaba distintas cosas y, cuando me enganché, empecé a tomar cuanta clase podía, porque antes no había mucha oferta, una o dos escuelas y una fiesta por mes. ¡Hoy son un montón!», dice la bailarina. «A mí me gusta mucho la parte acrobática del baile, que por ahí no es tan común, hay todo un mundillo de competencia alrededor», completa.

Ortega destaca también el componente «alegre» de la movida y sintetiza la clave del asunto: «Lo más importante del swing es no perder la conexión con la música y con la pareja, dentro de eso está todo permitido».

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