Cultura | FÁTIMA FLOREZ

Hitos de un romance mediático

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Julián Gorodischer

Dueña de un repertorio de imitaciones en el que sobresalen Moria y Cristina, la camaleónica actriz dio el batacazo cuando se reveló como la pareja de Javier Milei.

Mesa electoral. El candidato libertario, Mirtha Legrand y Florez, en el mismo estudio en el que se conoció la pareja.

«Con el primer beso te das cuenta de todo», dice «Fati», como le gusta que la llamen ahora en su versión de candidata a primera dama del país. Ella es Fátima Florez, «la mascareada», nuestra repentista: es capaz de dar vuelta la nuca 180º y virar de imitación para un personaje del espectáculo masivo argentino. Quién sabe qué hay detrás de su acting de los últimos dos meses, devenida en «la novia» del candidato libertario, hecha deseo y objeto, posando, única en el palco reservado para ella en el Movistar Arena durante el cierre de campaña previo a la primera vuelta, estratégicamente enfrentada para ablandarle el corazón al monstruo de mil cabezas que conforma la masa libertaria.
Y el monstruo la viva a pedido del candidato: ella es la elegida. Le pone énfasis a la capacidad de sentir del candidato, a ese atribulado mirarse y representar el inverosímil gag del flechazo en cualquier living de la tele; son la puesta en escena recargada de un romance que encuentra hitos forzados como la mutua adhesión al número «540», como justificados por una kabalah para principiantes: como deslizó De Brito en su cuenta de X, todo sería una «opereta» mediática en la que muchos –Yanina Latorre, Marcela Feudale, el propio Ángel– empiezan a notar los rasgos de una falsificación.

Pantalla caliente
Ella es una histriónica performer pionera del género femenino en imitación de celebridades específicas, no de arquetipos a lo Juana Molina. Su platea –en Fátima es mágica, Celebra la vida, Fátima para todos y otras tantas obras en Villa Carlos Paz o Mar del Plata– siempre compró «un humor para toda la familia», tal como se la presenta en los lemas de sus espectáculos de vertiente televisiva; el suyo es un tipo de teatro participativo donde alguien se deberá sacrificar para satisfacción del resto de los presentes. Nunca hubo posibilidad de negarse a subir, en un show de su Fátima, cuando ella señala al marido tal o cual.
Ni las visitas a Olivos –otro tópico de la prensa de la corazón-politik–, ni los matrimonios interrumpidos o los bebés nacidos en campaña o durante mandato (otro clásico) transmiten este goce en la construcción de relato sentimental, con ese dejo antiguo fogueado en usinas de un marketing prefeminista para un candidato que es un semental potente y seductor, que enamora a coup de foudre, incluso a una «estrella» que solo había tenido un solo marido y partenaire sexual en toda su vida (el tan mentado Norberto, su descubridor e histórico productor con quien hoy atraviesa un divorcio en disputa). 
Refrendado por un millón de likes en su cuenta de Instagram, dice Milei en el programa del Pelado Trebucq en América: «Ey. Así como hay un salame, o tre salame (sic), opinando desde una computadora. ¿Sabé qué? mientras esos miran a la señorita por Internet, yo estoy en el medio de sus sábanas». Y sorprende a los propios y, según Clarín, a aliados como Macri, que no logran digerir esa expresión como salida del yo, esa dicción trabada, con la mirada en el off y la voz agrietándose hacia el final para culminar en un maquiavélico «rugido del león» (en tren de interpretar lo que se vio).
En sus obras es donde se permite ser «ella misma». «Sí, se puede», suele empaparse de un sesgo evangélico, en la cima eufórica: se levanta, la gente, y ella alaba a la pareja que hace 57, o 65, o 70 años que están juntos. «Amemos a los viejos», proclama, y de paso tributemos a los ídolos muertos a través de sus caricaturas. Es notable su cualidad mimética, subrayada cuando interpreta sin disfraz ni máscaras. Atraviesa con destreza cada estereotipo gestual. Y sus divas, cómicos y cantantes son de una correspondencia evidente con el referente que les da vida.
Siendo Cristina (en Periodismo para todos, comenzada y hasta bien entrada la década del 10) o Moria, que son sus indudables hits, fue escrutadora de un mohín o un hilo de voz; los reitera hasta su saturación; su técnica es insistir, reducir, cristalizar como a la caricatura de Cristina en PPT; gutural, repetitiva y gritada. Como Moria se lucía, más precisa que con Mirtha o Susana, bien documentada por las oleadas de discurso que ha dejado registradas la lengua karateca hasta que la original, la one, la acusó de «cartonear imagen» y salió la caricatura de su repertorio. La diva la inhibe, como se vio en un reciente episodio del Bailando 2023, cuando se la vio durita, un poco fría, frente a la propia Moria en el jurado del programa, siendo la caricatura de Yanina Latorre, la novia de Milei frente a frente con la «suegra» de Sergio Massa, bien entremezclados el Bailando y la campaña según una tradición que se asentó, a favor y en contra, con Menem y De la Rúa.
Hecha pueblo, Fátima es cultura popular: es Moria, Mirtha, Susana y Cristina; se cargó los rostros de la Argentina de las masas, es circo antes que teatro; es «número vivo» que cuanto más despojado, sin maquillaje ni látex, brilla más fuerte en el rápido aflorar de un tic, un dejo de expresión, el modo de decir de una cantante, una conductora o una funcionaria. 
Entre tanto mohín de uno y la otra, ella que sabe camuflarse, dice en piel de Marixa Balli, en un momento dentro del Bailando: «A Marcelo le gusta Milett, y a Fátima le gusta Milei». Este es tiempo de motivaciones explícitas y cartas marcadas (la que lanzó el romance fue Marina Calabró, en el programa de Lanata y después en LN+), allí donde evo/involuciona la teleplatea que había prefigurado el menemismo hace unos 30 años. Aquí no debería llegar la estela de desdicha de la realidad; para eso están Fátima y Milei, desde aquel mítico sábado del 7 del 10 del 23 en la mesa de Mirtha, cuando volvieron a ver el tape del día en que se conocieron en esa misma mesa, cuando la decana catódica ofició de involuntaria celestina.
La legitimidad –a esa y a esta usanza–, con otros nombres y en distinto contexto, se dirime según la lógica de una videopolítica cada vez más estallada, sin sentido rector ni organización de la trama: simplifica, hace reír, distrae; porque ya bastante mal (des) trato provee la vida real al infeliz, como para que encima se nos ensucie la campaña política, ese mundito de carcajadas y burlesque. Nunca tan aliados, en comunión, el telerromance y la campaña para demostrar que hoy se compite con personalismo y emoción, sin argumento ni plan, en aras de ganar audiencias con stories de Instagram y videítos de TikTok.

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1 comentario

  1. NO ENTIENDO. HABLAMOS DE LA BATALLA CULTURAL Y NOS DEDICAMOS A INCORPORAR PALABRAS EN OTROS IDIOMAS(PREFERENTE EL INGLES) EN CUANTO PODEMOS, SIN INTENTAR LA TRADUCCIÓN A NUESTRO IDIOMA. YO LO CONSIDERO PERDER BATALLAS EN LA BATALLA. NO PODEMOS TRATAR DE NO PERDER BATALLAS? UN SALUDO

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