Sociedad | CRISIS ALIMENTARIA

Con las ollas vacías

Tiempo de lectura: ...
Eurídice Ferrara

Desde hace tres meses, los comedores populares inscriptos en el Ministerio de Capital Humano no reciben alimentos por decisión de Sandra Pettovello. Un caso testigo en el complejo Zavaleta.

Cultural y recreativo. El centro Evita funciona en el barrio 21-24.

Foto: Guido Piotrkowski

En el país existen más de 41.000 experiencias comunitarias, organizaciones religiosas, clubes de barrio y comedores populares inscriptos en el Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitarios del Ministerio de Capital Humano, que dan de comer y asisten a 4.500.000 familias. Desde el mes de diciembre, esa cartera, a cargo de la ministra Sandra Pettovello, suspendió el convenio que otorgaba la asistencia alimentaria a granel porque alegó que «se encuentran trabajando en transparentar la política alimentaria». Su objetivo, dijo, es implementar la modalidad de transferencia monetaria directa a los comedores y asociaciones «sin intermediación».
Con las ollas vacías, las manifestaciones de quienes trabajan y asisten a los comedores no cesan desde comienzos de febrero. Tras el estallido del conflicto, la ministra firmó convenios con Cáritas por 310 millones de pesos para la compra de alimentos; con la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la Argentina (Aciera) por 177 millones pesos, y con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) por otros 20 millones, según publicó la cuenta de Capital Humano en la red social X.
Acción intentó visitar centros de Cáritas en los que impactó el convenio rubricado, pero los directivos de la organización católica informaron que no otorgaban entrevistas a los medios. Así también fue consultado el Ministerio en cuestión, que tampoco ofreció respuesta alguna.
Los trabajadores del Centro Cultural Recreativo y Biblioteca Evita, que funciona como merendero en el complejo habitacional Zavaleta, lindero al barrio 21-24, en el barrio porteño de Barracas, recibieron a este medio para dialogar sobre la situación de las 750 personas que asisten diariamente. Desde cartoneros jubilados del barrio 21-24 hasta madres solteras con leucemia, a cargo de chicas y chicos con discapacidad, mostraron sus necesidades y la importancia de sostener esos comedores. «Algunos no tienen gas, ni heladera, y ni hablar de un teléfono. ¿La ministra les va a dar plata para el gas, para que se cocinen?», dice la encargada del merendero, Lorena Claudia Corral. «No queremos el dinero, yo no puedo ir al chino para alimentar a las 750 personas que vienen acá por día, menos con la inflación que hay». Y refuerza: «Nosotros rendimos todos los gastos y de cada una de las personas que vienen. Esto no se traduce solo en comida, damos apoyo escolar, recibimos a los niños que se quedan solos y tienen hambre, porque los adultos están trabajando. No alcanza».

Merienda y cena
El centro cultural se encuentra ubicado sobre la calle Iguazú y la avenida Iriarte, entre los barrios porteños de Pompeya y Barracas. Son las 15:30 y ya hay 20 personas haciendo cola con niñas y niños pequeños, esperando que las puertas del centro abran a las 16 para recibir su ración de merienda y cena.
Héctor Timoteo Corvalán, tiene 66 años. Vive junto a sus seis hijos y su mujer enferma en el barrio 21-24. «Soy jubilado, no me alcanza», dice.
«Mis hijos tienen estudios, ¿pero quién les va a dar trabajo? Si no hay, cuando hay algo van 500 personas, tienen para elegir. Ellos se las rebuscan como pueden, fueron a la iglesia de Caacupé porque no tenían ni arroz. No es porque son vagos», cuenta Héctor y recuerda que cuando era joven juntaba cartones en la calle. Hoy, espera en el Centro Cultural Evita para recibir sus porciones de comida diaria.
Todos quieren hablar, para que otros sepan que existen, que necesitan. «Yo soy Francisca y tengo 36 años, hace tres años me diagnosticaron leucemia y tengo un hijo con celiaquía», dice y aclara que no le queda otra que «venir al comedor, me ayudan un montón».
Carmen tiene 30 años, es madre soltera, una de sus hijas tiene un retraso madurativo. «Vengo a retirar la comida porque no puedo trabajar, tengo que llevar a mi nena a rehabilitación, necesitamos útiles y pañales. No es fácil».
Lorena Claudia Corral organiza la fila que realizan las personas afuera del Centro Cultural Evita, mientras otra señora toma nota de los nombres, apellidos, documentos y su procedencia. «Todos hacemos todo, lavar, cocinar, recibir a los proveedores, cosa de que si uno no viene, nos cubrimos. Estamos de lunes a viernes y arrancamos a las 8 a recibir proveedores, cocinar y limpiar hasta las 7 u 8 de la noche». Muestra la cocina impoluta del centro que construyeron en 1993 con familia y compañeros, mientras está atenta a lo que hace cada una de las cuatro personas que cocinan, incluso cuando entran sus hijos y sobrinos.
En 1995 lograron obtener la ordenanza municipal que inauguró el primer comedor porteño, el Segundo Sombra, que funcionaba desde los años 70 y se encuentra aledaño al centro cultural.
«Yo vine a dar clases de apoyo al primer comedor Don Segundo Sombra, donde obtuvimos la primera autorización municipal en comedores de la Ciudad de Buenos Aires. Y a doña Onelia Olga Moreira De Raballo, a cargo del comedor, se le ocurrió construir este centro cultural. Llevábamos a los chicos a la iglesia, armábamos coros y meriendas», recuerda Lorena, quien aclara que después de 2001, comenzaron a asistir a personas en situación de calle: «Trabajamos con nuestra iglesia evangélica abrazando a los del barrio, de Parque Patricios, Pompeya, Espora, Barrio 21-24».
En la cocina, dos mujeres y dos varones jóvenes cortan zanahorias sin pausa, lavan ollas o preparan otras verduras para hervir. Lorena apunta que «el Gobierno nacional dejó de mandar alimentos y con eso cubríamos bastante».
«Hoy solo recibimos comida del Gobierno local y 500.000 pesos cada seis meses para comprar cosas de limpieza y descartables; pero Horacio (un compañero) sale a pedir a negocios del barrio y reciclamos para vender», cuenta quien, junto a sus compañeros, cobran cada uno 78.000 pesos del Potenciar Trabajo.

El pan nuestro. La cocina, construida en 1933, alimenta a 750 personas por día.

Foto: Guido Piotrkowski

Mecanismos de control
Fuentes del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño informaron a Acción que la red de comedores y merenderos da una respuesta inmediata de seguridad alimentaria y realiza actividades recreativas, culturales, educativas y preventivas. «Son 515 espacios dentro del programa, a los que van más de 132.000 personas», detallan y apuntan que en diciembre del año pasado, esa cartera les entregó «15.334 bolsones de comida».
Sobre la intención de la ministra Pettovello de transparentar el convenio de asistencia alimentaria, Lorena explica que «ellos tienen trabajadores sociales que vienen al espacio, cuentan a la gente, los tuppers, tanto de Nación como de la Ciudad de Buenos Aires». La rendición de los gastos es semestral, «se entrega antes de cobrar el próximo». «Con los 500.000 pesos que recibimos del Gobierno porteño, presentamos los comprobantes, el listado de raciones y las personas».
En un cuarto contiguo a la cocina, realizan apoyo escolar: «Hay nenes que vienen a pedir un vaso de leche, una galleta, porque están solos todo el día porque los adultos trabajan; ellos saben que cuentan con este lugar». Escaleras arriba, un cuarto con dos paredes refugia a los bolsones con cartón y PET. «Vendemos el reciclado y con esos 30.000 pesos, pagamos el gas o cosas de limpieza». Militar en la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) los ayudó a organizarse, a creer en lo que hacían. Lorena invita a quienes quieran colaborar a través del mail: lorenaclaudiacorral@hotmail.com.
Sobre la situación, el secretario general de la UTEP, Alejandro Gramajo, afirma que «todas las organizaciones rinden» sus gastos. Dice que ellos son impulsores de buscar los mecanismos de controles, de hacer auditorías, «queremos hacer visible lo que se hace en el barrio comunitariamente, no hay nada que esconder». «Si querés cambiar el método de abastecimiento o auditoría está perfecto, pero no interrumpas la asistencia alimentaria hasta que no estén las condiciones para reemplazarla por otra mejor».

Estás leyendo:

Sociedad CRISIS ALIMENTARIA

Con las ollas vacías

Dejar un comentario

Tenés que estar identificado para dejar un comentario.