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Gris de ausencia

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Ariel Scher

Selecciones con historia y jugadores top no estarán en Catar 2022. Un repaso por grandes figuras que faltaron en los mundiales a través del tiempo.

Sin boleto. Mohamed Salah, de Egipto (foto 1), y Zlatan Ibrahimovic, de Suecia (foto 2), dos estrellas que no estarán en la copa.

Una cosa en la que el fútbol y la vida se parecen: tienen millones de componentes, pero sin emoción no valen nada. Otra cosa en la que el fútbol y la vida se parecen: siempre importan las presencias y siempre importan las ausencias. Y, por si alguien no se convence de que así es, delante de los ojos les desfila el Mundial de Catar. Sí, desde luego, todo indica que contará con Messi y con Cristiano Ronaldo, con Mbappé y con Neymar, con ratificaciones y con asombros. Pero eso no tapa todo lo que no estará.
El Mundial de 2022 ingresará en los libros de historia como ese al que no logró acudir Italia a pesar de haber sido cuatro veces gran campeón, o como ese al que no llegó Rusia a causa de ser marginada con argumentos que también justificarían que otros países famosos salieran de la cancha, o como ese en el que ciertos derechos humanos básicos no aparecieron ni a la vista ni fuera de ella. O, ni hablar, como ese Mundial en el que multitudes de argentinas y de argentinos no pudieron preguntarse cuándo tocaba cumplir con el ritual de jugar contra Nigeria.
Un Mundial que es una verificación de que lo que no está puede ser narrado. Lo comprendió el diario británico The Sun, que construyó un equipo con estrellas para las que el césped de este torneo entre los torneos será solo un espectáculo en la pantalla. Imponente formación: el esloveno Jan Oblak; el sueco Victor Lindelof; el italiano Giorgio Chiellini; el también italiano Leonardo Spinazzola; el italiano por adopción Jorginho; el maliense (aunque nació en Costa de Marfil) Yves Bissouma; el argelino Riyad Mahrez; el noruego Martin Odegaard; el colombiano Luis Díaz; el egipcio Mohamed Salah; y el noruego Erling Haaland.
También es cierto que, en miles de barrios de cualquier latitud, abunda la gente anónima que extrañará a estos talentos pero les sugerirá que en la existencia únicamente se aburre quien quiere. Al cabo, esa colección de muchachos tan brillantes como distantes de la cita catarí dispone de la perspectiva de rememorar sus días de amateurismo invitando a un desafío a otros once que se quedarán con las ganas de sudar en el rincón más mundialista de Asia. Se armaría un partidazo porque los adversarios del equipo de The Sun comparten la condición de buenísimos: el chileno Claudio Bravo o el colombiano David Ospina en el arco; una defensa que articule al montenegrino Stevan Savic con el austríaco David Alaba más el chileno Mauricio Isla y el turco Caglar Soyuncu; un mediocampo ordenado en torno del italiano Marco Verratti, con el chileno Arturo Vidal y el colombiano James Rodríguez ahí cerquita; y una delantera en la que el problema fundamental consistiría en la doble condena que implicaría postergar a alguno de estos grandes nombres: el gabonés Pierre-Emerick Aubemeyang, el bosnio Edin Dzeko, el ruso Artem Dzyuba (a quien, durante el Mundial de 2018, ciertos concurrentes a los bares de Moscú vivaron como «Dzyubadona» en medio de los fervores que provocaba el avance de la selección local), el marfileño Sebastien Haller, el italiano Lorenzo Immobile (o su compatriota Lorenzo Insigne), el chileno Alexis Sánchez y, por qué no, el paraguayo Miguel Almirón corriendo por los costados para abastecer a quien se lo pidiese.

Expectativas y agujeros
A los 40 años (cuando ocurra el Mundial ya andará por los 41), desparramando chispas que solamente son suyas, tampoco usará el pasaporte para desembarcar en Catar el sueco Zlatan Ibrahimovic, ya un experto en perderse estas citas porque se dio el gusto de competir en 2002 y en 2006, pero la suma de los tropiezos de Suecia y de sus confrontaciones con el conjunto nacional lo marginaron hace mucho tiempo. Igual, en su biografía de mundialista incompleto, brotan más mundiales que en las de otras figuras: el holandés Johan Cruyff jugó apenas uno (y su inasistencia al de 1978 constituyó un gran tema) y Juan Román Riquelme, eje de una época en el fútbol de la Argentina, mostró su sello únicamente en Alemania 2006.
El relato dominante sobre los mundiales (y sobre casi todo) hace foco en lo que ocurrió, pero acaso merezca hacerse una narración articulada de sus vacíos. Alfredo Di Stéfano, uno de los más luminosos futbolistas de la historia, no corrió ni un minuto en los mundiales más allá de que integró el plantel de España en 1962 y de que expuso su calidad con la camiseta argentina. Argentina no llamó jamás para los mundiales al fenomenal Enrique Omar Sívori, que esbozó su categoría en la breve incursión de Italia en el Mundial de Chile. Al exquisito Jari Litmanen se le esfumó tener una esperanza cada cuatro años porque Finlandia, su tierra, no se clasificó ni una vez. Su caso es gemelo del de George Weah, premiado como mejor jugador del planeta en 1995, porque Liberia, el país del que ahora es presidente, ni se acercó a golpear la puerta de los mundiales.
El teatro le regaló a la humanidad obras como Lo que no fue, del inglés Noel Coward, o Gris de ausencia, de Roberto Cossa. Y esos tipos son tan cracs como los grandes futbolistas. Escribieron sobre otros ejes pero parecen haber contado este fútbol y esta vida de expectativas y de agujeros. Al cabo, millones de personas añorarán que, desde algún rincón tan milagroso como su juego, en Catar, pleno Mundial, resurja Diego Maradona, en cualquiera de sus versiones, para ser felices. Y no será posible. Que alguien diga si eso no es, exactamente, lo que no fue. Que alguien diga si eso no es, eternamente, gris de ausencia.

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