29 de junio de 2025
La nueva programación del canal estatal le rinde culto a la motosierra con un pelotón de magazines repletos de panelistas, programas de cocina y enlatados emitidos fuera de contexto.

A otro ritmo. El conductor de Las mañanas de Andino y su equipo de panelistas sobrevuelan los temas de agenda.
«Donald Trump envidia los éxitos de Milei», dice en el videograph. «Carlitos», como le dicen, es Ruckauf, que hoy hace de columnista en el magazine Las mañanas de Andino, en la TV Pública libertaria. El también panelista Guido Záffora le dice: «Vos sos Ruckauf, vos todo lo podés», y le recomienda lo que puede ver en Broadway, desde donde el exgobernador bonaerense sale vía Zoom. Guillermo Andino aparece ralentado, sin el timing de antaño, pero con firme vocación por lo ecléctico y el pastiche, sobrevolando cada tema con mohín de interesado, desde cómo mejorar la dieta hasta el último parte del juicio de Maradona. No están presentes, en este caso, los méritos del género cuando se lo hace bien: el ritmo rápido, el potpourri que sacia de información y entrevistas. Aquí todo se reduce a un intercambio sobre la nota del diario de ayer, bajo el veredicto del panel masculino, hasta que sobrevuela la pregunta en tiempos de proclamada motosierra sobre el gasto público: ¿para qué?
Estirados, van 40 minutos disertando con una cadencia que no aguanta el minuto a minuto en esta TV que parece de otro siglo, sin desplazamiento ni 3D entre esos atriles con torsos parlantes de saco y corbata, como si con decir «Milei capo» o «los éxitos de Milei» se justificara la abulia, el lugar común en impune dominio del cliché. Tras el noticiero de siempre, llega Mediodía bien arriba, y otra vez lo mismo, a redundar y saturar sin conciencia de pantalla compartida con los otros programas. Otra vez la jueza Makintach y el inclaudicable encanto del escándalo «mundial» con Carlitos Monti y equipo «elucubrando» sobre la continuidad del juicio por la muerte del astro máximo, y la muerte también de un mensaje pulido, trabajado, integrado a una identidad de canal.
Así es la TV Pública modelo nacional 2025, del juicio del escándalo a la denuncia del momento (entre participantes de Cuestión de peso o en Crónica TV), haciendo televisión metamediática, todo en un abuso del Zoom que no se veía desde el confinamiento forzoso del 2020. Y, por supuesto, un touch de Wanda Nara, en la fase tardía del escándalo, cuando se habilita la denuncia de una cliente estafada por la marca de cosméticos, que en junio tiene cita a mediación.
A las 15, Estamos en una: más del caso Maradona, para un televidente monomaníaco que fue concebido como un fiel adherente de cada programa, nunca transversal al canal, si no vería información y opiniones repetidas, cual obseso fijado en un único tema de interés en una Argentina con mucho para tapar. De Gabriel Corrado, a cargo de este otro magazine, hay que decir que entrevista calmo y relajado, cual si charlara; escucha y hace que su interlocutor se suelte, más cerca de la charla de café que de la nota caliente con interés mediático, compacta y consistente, por lo que las digresiones muchas veces no siguen un eje detectable. Y entonces se revalida la pregunta que nos hacíamos por la mañana: ¿Y esto para qué?
Melancólico déjà vu
A esta altura, falta un guardián, un custodio que vigile el hacer las cosas como se debe, cuando hay una cámara prendida en cualquier tiempo y lugar, ese signo del «vivo» que debería disparar adrenalina y acá exuda tedio de la verba de corrido, de la entrevistada de turno en un living al borde de lo inmostrable, al lado del cual los de Metro y otros canales de cable son un lujo que el mass media libertario no debería permitirse.
El resto: dislates, descontextualización y falta de criterio, desde ADN Buena Salud emitiendo capítulos desde las mañanas tórridas de enero en plena ola polar al menú de escandaletes y chimentos que le pelean la agenda a la TV del mainstream. «Urgente», dice cada tanto la placa roja que le calcaron al montón de canales que («por fin», dicen) les compiten; y más estrés no se consigue, desde el sobreexplotado móvil apostado en el Tribunal de San Isidro en una TV Púbica hecha a la usanza de los chismeríos de los 90 con Lucho Avilés, siempre con la vista de reojo en «la otra década ganada», que todo cuadro fiel de este Gobierno debe avalar y, en lo posible, traer de vuelta, junto con esa estética de póster Pagsa, colores chillones y guiños como ponerles vestuario de vedette a la variada fauna de las regiones del país, en una flamante serie de rústicos separadores.
Tele alla antigua, humor de sketch infiltrado en los diversos livings de conversación anodina. La cabeza bien hueca, entretenida, también en Cocinate, pese al carisma de Ronnie Arias y Madame Papin. Ellos dos, delirantes y adorables, hacen todo lo posible; le meten «garra» en la actuación de una relación represiva, en la que Ronnie domesticaría a madame, que superó su recuperación tras el accidente vial. Pero Cocinate padece esa misma desprolijidad, ese zurcido a la vista y la carencia de timing que caracteriza a la programación en general, y no le llega a los talones a ese clásico moderno tan laureado como desmantelado, que se llamaba Cocineros argentinos. Bien pautada, en Cocineros argentinos, y muy acompañada, Madame fue una revolución a la ecónoma antigua, pero en esta soltura sin rumbo, se embarca en un estar demasiado relajada, y el humor no cuaja, ni las recetas, que se pierden entre falta de ingredientes, dispersión e interrupciones de Ronnie. Pocas cosas tan antique como la cocina para la mujer a media tarde, y se evidencia el estereotipo en la ceguera con que el antaño Canal 7 repite los clichés de lo que «le gusta» a la audiencia, a la abuela, por si todavía quedara alguien mirando por ahí.