De cerca | ENTREVISTA A LORENA VEGA

«El teatro puede atravesar la piel»

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Javier Firpo

Después de años de batallar en el circuito alternativo, la actriz y directora encabeza la exitosa Imprenteros y participa en varias obras. El cine, las series y la popularidad.

Foto: Gisela Volá

La agenda de Lorena Vega está en llamas. La filmación de En el barro, serie de Sebastián Ortega que produce Netflix, acapara buena parte del calendario de la actriz y directora, que aclara que, por un acuerdo de confidencialidad, no puede contar nada al respecto. Pese al hermetismo, se sabe que se trata de una spin-off de El marginal y que la historia transcurre en una cárcel de mujeres llamada La Quebrada. El rodaje de la ficción, que se estrenaría en 2025, se realiza durante el día, mientras que por la noche se reparte entre cuatro obras de teatro: las que protagoniza (La vida extraordinaria, Las cautivas e Imprenteros) y la que dirige (Testosterona). 

Actualmente en cartel en el Teatro Picadero, Imprenteros es el biodrama que catapultó a Vega al estrellato del circuito alternativo. «Esta experiencia es una capa encima de la otra y, a la vez, capas trenzadas entre sí», describe con una metáfora que abarca a la obra de teatro y a la muestra de fotos, el libro y el documental que surgieron a partir de la misma. La historia se centra en una imprenta ubicada en Lomas del Mirador que perteneció a Alfredo Vega, el padre de Lorena.

«Yo atravesé buena parte de mi infancia y mi adolescencia en ese lugar. Fue un espacio muy significativo donde ocurrieron cosas lindas y cosas feas», recuerda la intérprete, que para la realización y puesta en escena contó con la ayuda de sus hermanos Sergio y Federico, que en un caso aparece en el escenario y en el otro interviene a través de una entrevista grabada en video.

«Lo más importante en este momento es saberse organizar y administrar los tiempos», dice, mientras muestra una agenda abarrotada de anotaciones. «Tengo una red de contención de gente alrededor que me da una mano. Por suerte, en las obras de las que participo, los otros actores también trabajan en varias puestas, con lo cual todos nos ponemos de acuerdo a la hora de programar las funciones. No siento que quiero más a una obra que a la otra, sino que lo hago de diferente manera», expresa la actriz, que desayuna un exprimido de naranja en un bar de Caballito que hace las veces de oficina. «No me es ajeno esto de estar en tantos frentes, más bien es una constante en mi vida la hiperactividad. Y en estos tiempos, con las condiciones laborales por las que estamos atravesados, hay que tener muchos laburos a la vez para poder tener un sueldo y llegar a fin de mes».

Imprenteros y La vida extraordinaria llevan seis temporadas, Las cautivas un poco menos. ¿Qué pensás sobre ese público fiel que, como si fuera un ritual, asiste a las obras dos o tres veces?
A mí no me llama la atención alguien que va al teatro y encuentra una obra que está viva, que le produce fascinación y quiere expresar ese sentimiento de alguna manera. No me sorprende porque a mí me sucede como espectadora. El teatro es mágico, el teatro bien hecho es demoledor y su efecto puede atravesar la piel. Yo tengo la suerte de participar de obras en las que no hay medias tintas y quienes conformamos los elencos somos los que decidimos seguir adelante porque nos pasan cosas fuertes con esos trabajos, no nos da lo mismo subirnos al escenario. Ahora bien, no puedo negar que lo que sucede entre Imprenteros y la gente es mágico y sí nos sorprende, y mucho, que a la salida sea el público quien necesita expresarse, hacer catarsis y contarnos sus propias experiencias porque sienten que viendo la obra se acuerdan de sus historias familiares.

–¿Cómo te llevás con el público que tiene la posibilidad de verte en distintas obras?
–Entiendo que por ahí puede haber un enganche de la gente con una actriz en quien confían y que le cope su laburo como una muestra de calidad artística y, entonces, piense en seguirla, pero son las obras, es el todo, no solo una persona. No lo digo por falsa modestia, me pasa seguido que algunos espectadores se me acercan y me dicen: «Ah, vos sos la de Imprenteros, no tenía la menor idea» o «No te reconocí, yo te había visto en La vida extraordinaria, pero nada que ver con este otro papel». Y está buenísimo, porque creo que cuanto menos se dan cuenta de que soy la misma actriz de las distintas obras, mejor actuada está. En ese sentido, es un elogio que no me reconozcan.

–Tus obras son complejas, intensas, movilizantes. Es difícil imaginarte en una comedia ligera.
–Yo tengo un interés a la hora de hacer teatro que tiene que ver con lo que me despiertan los materiales. Siempre intento sumarme a obras que siento que me representan un desafío, como me pasó con Precoz, de Ariana Harwicz, que la dirigí y reconozco que me pareció cuesta arriba el proceso de adaptación de la novela al teatro. La posibilidad de no resolver el problema que se me planteaba era una atracción ineludible para aceptar dar el paso.

–¿Qué otros estímulos influyen a la hora de aceptar un trabajo?
–Una tiene distintos estímulos a la hora de aceptar una propuesta: el elenco, el director o la directora, el autor o, simplemente, porque se trata de un formato desconocido, como me pasó con el unipersonal Yo, Encarnación Ezcurra, que fue una experiencia inolvidable. Por eso digo que, volviendo a la pregunta, no descarto hacer una comedia ligera alguna vez.

–La idea original de Imprenteros era hacer solo cuatro funciones, pero ya están cerca de las 600. ¿Cuál fue el clic, el gancho para captar al público?
–Creo que atrapa a la gente ver la historia de una familia del conurbano bonaerense y eso resulta como un disparador que le permite a cada persona ir viendo lo que le pasa con su propia familia. Los vínculos familiares siempre son un gancho y aquí se describe el día a día de una familia en una imprenta de Lomas del Mirador y se desmenuzan las relaciones entre padres e hijos, lo que sin duda provoca una atracción.

–No es un tema menor que la hacedora de ese universo sea parte de la familia.
–No, para nada, eso alimenta más el interés. Para mí fue un trampolín poder actuar en mi propio universo después de años y años de responder en el escenario a historias ajenas, creadas por terceras personas, lejanas a mi mundo. Ahora me doy cuenta de lo fuerte que es actuar la cuestión personal, poder hablar en primera persona, lo cual fue un arrojo de mi parte. A seis años de haber estrenado, evidentemente tenía una necesidad muy grande de poder contar una historia grande y mínima, que estaba creciendo cada vez con mayor intensidad dentro mío.

–¿Cómo fue la construcción del hecho teatral?
–Me acuerdo que me divertí mucho buscando materiales y viendo de qué manera podían combinarse y entonces darle forma al relato de una vida en un taller de imprenta artesanal del cual yo siento que no tengo nada que ver y, a la vez, tengo todo que ver. Ese problema que me surgía, esa contradicción, me pareció que era lo más interesante para el camino hacia el escenario teatral.

–¿Imprenteros es un homenaje a tu papá, a tu familia, a tu infancia?
–Para ser sincera nunca pensé en hacer un homenaje, no era la idea inicial, aunque me lo dicen bastante y se lee, quizás, como tal. Ojo, no me molesta que se perciba eso, hay que ser abierto a la hora de las manifestaciones ajenas. Si me preguntás a mí, mi viejo queda incriminado en la obra, no queda del todo bien parado, se habla de ciertas diferencias que tenía con mi mamá o conmigo.

Foto: Gisela Volá

–Sugerís que fue un padre ausente, pero deslizás una necesidad de reencontrarte con él.
–Sí, creo que es un poco un reencuentro con mi papá, sobre todo en el armado de la obra. Desde el inicio revisité tanto mi vida que descubrí y redescubrí un montón de cosas que me vinculan aún más con él. Descubrí que las piezas artísticas pueden generar más respuestas que la vida corriente, donde tal vez las buscamos pero no las encontramos. En el documental Imprenteros de Gonzalo Zapico, que sigue en cartel en el Complejo Teatral, hay un testimonio del dramaturgo y director Mariano Tenconi Blanco que dice, sabiamente, que «hacemos obras de teatro para revivir a los muertos, para volver a estar con las personas que se nos fueron, para derribar paredes, para volver a ser chicos y para regresar a esos lugares a los que ya no podemos volver». Y eso es lo maravilloso de la ficción, que permite que se encuentren mundos diferentes.

–Sin duda que resultará una bisagra en tu trayectoria, pero, ¿cómo se hace para pensar en lo que viene?
–Es muy fuerte todo lo que ha generado Imprenteros y he pensado en lo difícil que costará soltar amarras. De todas maneras, estoy haciendo otras tres obras, además estoy filmando una serie e hice otros dos trabajos recientes para distintas plataformas. Y todo fue después de que Imprenteros empezara su recorrido. Como sigue en cartel, aparecen trabajos paralelos, que conviven, pero lo curioso y llamativo es que me han convocado para dirigir otros biodramas, piezas autobiográficas que no tienen que ver con mi historia, pero no es algo a lo que me vaya a dedicar. Volveré al género «historias de vida» si los tiempos coinciden, si el tema amerita. Pero sí, hay vida después de Imprenteros.

–Hace poco se estrenó Las hermanas fantásticas, una comedia de enredos en Netflix. ¿Cómo fue la experiencia?
–Fui convocada por la directora Fabiana Tiscornia, una mujer con mucha sutileza y sensibilidad detrás de cámara, que se nota que ama la actuación y que me tuvo en cuenta para ser parte del elenco después de que viniera al teatro a ver mis obras. Fue alucinante la experiencia a partir del personaje que me tocó, Pamela Troncoso, madre de una de las protagonistas, una mujer marginal, incorrecta y sin escrúpulos, que se gana la vida como puede, currándole a la gente. La verdad es que fue muy divertida la composición del personaje, el cual fui elaborando a partir de la minuciosidad de la realizadora. También me resultó interesante el tipo de relación desprolija que Pamela tiene con su hija, interpretada por Sofía Morandi, con quien tuvimos un hermoso vínculo durante el rodaje a partir de la empatía, la calidez y la tranquilidad del ambiente que nos rodeaba.

–Y también participás en la serie Envidiosa, que protagoniza Griselda Siciliani.
–En esta serie, que es muy divertida de principio a fin, encarno a la psicoanalista del personaje de Griselda, con quien durante el rodaje mantuvimos una muy linda relación. La verdad es que tuvimos un buen feeling y se nos dio por jugar a improvisar en el set. Mi psicóloga es una mujer muy en eje, profesional, que escucha mucho, aunque también se advertirá que es muy metida y el hecho de ser curiosa por demás la llevará a meterse en problemas.

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