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Nicaragua, tan violentamente dulce

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Frente a una inminente intervención de EE.UU., Nicaragua resistía y, a la vez, construía su presente y su futuro. Así lo atestigua la crónica del enviado de Acción, cuatro décadas atrás.

«Nicaragua, un país violentamente dulce, donde antes nadie llegaba a la vejez, quiere luchar en paz contra la miseria». De este modo titulaba el enviado especial de Acción a Nicaragua, Diego Giúdice, el informe especial de tres páginas que radiografiaba «punto por punto la geografía nicaragüense». 

En la edición de la segunda quincena de diciembre de 1983, la crónica y las fotografías daban testimonio de las horas cruciales que vivía Nicaragua, que volvía a tomar las armas, «tras una guerra de 10 años, 50.000 muertos y 100.000 heridos», que había puesto fin en 1979 a una de las dictaduras más prolongadas y sangrientas de América Latina: la «dinastía» Somoza que aterró al país durante 40 años. 

Ese diciembre, «fusil en mano», los nicaragüenses se preparaban para una inminente invasión estadounidense que los cercaba con un despliegue militar por aire, mar y tierra.

Solo cuatro años habían pasado desde el fin de la guerra y los resultados estaban a la vista: campañas de alfabetización, baja en el desempleo del 40% a 17%, baja de la inflación del 85% a 25%, la esperanza de vida había aumentado dos años y se habían erigido 130 centros de salud. 

Los testimonios recogidos revelaban que en cuatro años se había reducido «la mortalidad infantil de 200 a 100 por mil y conseguimos que en dos años no haya un solo caso de poliomielitis. Todos estos logros tienen un solo autor: el pueblo nicaragüense, un pueblo que es dueño de su propio destino y quiere vivir en paz». 

El informe especial recorrió las calles de Managua, que aún reflejaban los vestigios del devastador terremoto en 1972, que dejó 20.000 muertos y daños en el 70% de las viviendas. «La ciudad nunca volvió a levantarse: Somoza se quedó con 250 millones de dólares de la solidaridad internacional», evocaba el texto y reflejaba que la capital del país «es la imagen misma de la desolación». 

Aun así, los Comités de Defensa Sandinista, organizados por vecinos de las cuadras, se organizaban para salir adelante con casas hechas de tablones, vigilancia nocturna, campañas de salud, educación y control de precios. En diálogo con el cronista, los vecinos aclaraban que su barrio «es un logro de la revolución» y sostenían: «Ahora sabemos que de aquí nadie puede echarnos y de a poco vamos a ir haciendo las casitas buenas». 

Tras haber nacionalizado los bienes de Somoza y sus allegados, pasó a manos del Estado el 45% del PBI, a lo que se sumó la reforma agraria después de 1981. «El rasgo más original de la revolución nicaragüense es que la empresa privada existe y, además, el Estado alienta su prosperidad», explicaba la nota. 

En la Nicaragua de entonces existían diversas formas de propiedad: «Area Propiedad del Pueblo (39% del PBI); Área Propiedad Privada (31%); y Pequeña Propiedad (30% compuesta por cooperativistas y artesanos)». 

«El modelo de economía mixta también es factible, siempre y cuando la actitud del sector privado sea producir», aseguraba Félix Contrera Pérez, director general de Planeamiento Sectorial y Regional. A quienes no se adaptaron a las medidas les fueron confiscadas propiedades vaciadas en forma intencional y descapitalizadas. La burguesía, en retirada, «optó por la contrarrevolución, directamente se fue del país». 

Las acciones contrarrevolucionarias eran por esos años la principal traba para el crecimiento de Nicaragua. Muertos, secuestrados, heridos de a cientos, además de pérdidas por 80 millones de dólares. Se sumaba además el bloqueo financiero y comercial promovido por Estados Unidos. 

Frente a este escenario, el pueblo no bajaba los brazos. La Central Sandinista de Trabajadores, «la fuerza motriz del movimiento revolucionario», participaba activamente en todas las instancias y los trabajadores no estaban al margen de las grandes decisiones. Tampoco la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos, que agrupaba a 260.000 pequeños y medianos productores campesinos, «destinatarios directos de una reforma agraria única en su género». Y un dato no menor: «El 50% del campesinado se ha cooperativizado», advertía el informe. 

La publicación cerraba con un reportaje a Daniel Ortega, coordinador de la Junta de Reconstrucción de Nicaragua –de paso por Buenos Aires para asistir a la asunción del presidente Raúl Alfonsín–, quien aseguraba: «Estamos preparados para una eventual intervención militar: hemos entregado armas al pueblo, que ha respondido positivamente y está cuidando su territorio». Y concluía: «Si hay revolución en Nicaragua es porque en Nicaragua no hubo democracia».

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