De cerca | VÍCTOR HEREDIA

Militar la verdad

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Bárbara Schijman

Tras presentar su nuevo trabajo en el Teatro Ópera, el cantautor repasa su trayectoria y recuerda a Mercedes Sosa. El valor de la democracia en los tiempos que corren.

Foto: Juan Quiles/3Estudio

Cantautor, poeta y escritor, Víctor Heredia tenía apenas 19 años cuando ganó el premio Revelación en Cosquín. Desde entonces, su obra manifiesta una coherencia constante en su vocación por la defensa de la paz, las libertades y los derechos colectivos. Considerado un ícono de la canción latinoamericana, muchos de sus temas se han vuelto himnos y conciencia popular: «Razón de vivir», «Coraje», «Todavía cantamos», «Sobreviviendo», «El viejo Matías», «Informe de situación», «Dulce Daniela», «Ojos de cielo» y «Mandarina», entre otros. Escribió cuatro novelas: Alguien aquí conmigo, Rincón del diablo, Mera vida y Los perros; un libro de poemas, Soldaditos de plomo; y dos ensayos, La canción verdadera y Taki Ongoy. Las lágrimas de América.
Con la mirada y los brazos abiertos invita a recorrer su vida, entre ceños fruncidos de preocupación, risas que resultan de lindos recuerdos y emociones sin disimulo cuando aparece de pronto el pibe que fue. Como si tendiera un puente entre su primera juventud y los días que corren, aparece la mirada íntegra de quien abraza convicciones y las vuelve irrenunciables. La infancia y sus legados, la música, los amigos del camino, la dictadura cívico-militar, la desaparición de María Cristina, el exilio, los derechos humanos y la democracia. Se dispone a hablar de todo minutos después de grabar un homenaje a «La Negra» Sosa: «Mercedes, para mí, es un pedazo de la vida». Se quiebra; lo dice con la voz entrecortada y la emoción en los ojos.

«Mercedes se transformó en una suerte de segunda madre. Me dio profundas convicciones, pero no adoctrinando, sino con sus ejemplos, que fueron maravillosos.»

–¿Por qué le sucede eso con Mercedes Sosa?
–Mercedes me quiebra sencillamente porque cuando pienso en ella se me viene a la mente la vida. La conocí cuando era apenas un chiquilín de 19 años y empecé a tener una relación muy fuerte y formal desde el punto de vista artístico, y de amistad a partir de mis 21 años, cuando sí trabajábamos en el escenario porque su esposo, Pocho Mazitelli, era a su vez mi empresario. Empecé a compartir con ella no solo la vida artística, sino la intimidad. Mercedes se transformó en una suerte de segunda madre. Me dio convicciones, profundas convicciones, pero no adoctrinando, sino con sus ejemplos, que han sido maravillosos. Ella había nacido de un gesto solidario: Jorge Cafrune la presentó por primera vez en Cosquín, en contra de la opinión de la comisión directiva. Ella hizo eso con muchos de nosotros. Mercedes se transformó en una suerte de personaje imprescindible, porque era referente, porque planteaba una cuestión no solo ideológica, sino humana, tan maravillosa, tan profunda, que me hizo reflexionar sobre muchísimas cuestiones. Mercedes para mí es un pedazo de la vida.

–¿Cómo está viviendo la coyuntura social y política? 
–En principio, con mucha tristeza. No con asombro, porque debo confesar que yo avizoraba esto desde la intrusión en determinadas redes sociales de un proceso y un proyecto devaluatorio de lo que significan la democracia y las libertades conseguidas y los derechos habidos por parte de algunos sectores que, evidentemente, tenían esta intención de captar o cooptar, si se quiere, a los desinformados, a los chicos, a la gente que no vivió la dictadura ni tampoco fue lo suficientemente informada como para saber que lo que tiene la Argentina justamente hoy es libertad. Y lo que intentan estos sectores es quitar esa libertad; lo que tiene concretamente el país son derechos y lo que intentan estos sectores es quitar todos esos derechos. Han tergiversado la historia. Creo que mucha gente se dio cuenta de que había un adoctrinamiento en estas redes que captaba a chicos que no tenían la experiencia social, histórica ni ideológica que los protegiera de eso. Y se dejó pasar.
–¿Qué siente hacia el mensaje de libertad que pregonan a través de sus discursos ciertos sectores políticos? 
–Evidentemente es una ideología contrapuesta con la verdadera libertad que expresa la democracia, y el hecho solo de que estén diciendo que ellos necesitan expresarse les está dando el espacio suficiente como para que nadie pueda decir «usted no tiene libertad de hablar». Están diciendo barbaridades, mintiendo ya sobre lo que incluso la Justicia reafirmó desde la sentencia. Entonces, ¿cuánto se puede tergiversar? Es una monstruosidad lo que está pasando. Creo que la Argentina tiene que buscar herramientas, tiene que estar preocupada por lo que le pasa. Hay herramientas honestas a las que uno tiene acceso inmediato, desde la información, desde la formación, desde la educación, desde el hecho de decir una verdad absoluta, una verdad que ya está dicha desde las sentencias a quienes han cometido crímenes de lesa humanidad. No hay otro camino, tergiversar eso es mentir.
–El 17 de junio de 1976 secuestran a su hermana, María Cristina, y a su pareja. ¿Cómo siguió la vida a partir de ese día?
–María Cristina trabajaba en barrios marginales. Era una joven que pensaba en el futuro del alrededor, no solo en su propio futuro. Esto hablaba claramente de su mirada solidaria, humanitaria, y creo que esto fue lo que la hizo inmolarse en pos de un país mejor. Quién hubiera pensado que con un embarazo de cinco meses una mujer podría haber sido maltratada, desaparecida, asesinada, sencillamente por pensar o escribir algo en favor de los desposeídos. Bueno, eso le pasó a ella, le pasó al hijo que llevaba en su vientre, le pasó a Nicolás Grandi, su pareja. Y después, como consecuencia inmediata, falleció mi padre, por la tristeza. Cristina está implícita en todas mis letras, en mi vida, en canciones directas como «Carta a María Cristina», en «Mandarinas», en «Todavía cantamos». Es inevitable, es una mención de la sangre.

«Descubrí que hay canciones que te abren un camino directo al corazón, al sentimiento popular, y te dicen algo. “El viejo Matías” fue un descubrimiento.»

–¿Cómo recuerda los tiempos del exilio?
–Entendés que esa tristeza, ese desapego que tenés por el lugar donde estás, el no encontrarse, el despertarse sobresaltado sin saber dónde estás, también te produce una ambivalencia tremenda. El exilio no le hace bien a nadie. Es ambivalente porque cuando te vas te sentís aliviado y cuando estás afuera sentís un peso tremendo, querés volver. Mi propia historia, la historia familiar, me dio casi la obligación de volver porque a los pocos meses de estar en España me llama mi madre para decirme que sabían dónde estaba Cristina. Como mi padre ya no estaba, le pedí que me esperara para acompañarla. Obviamente, eran mentiras, Cristina no estaba donde decían, ni tampoco había ninguna noticia cierta ni verdadera sobre ella. Después me costaba mucho irme porque tenía mucho miedo de que me metieran preso o de que me pararan en la frontera, en el aeropuerto, donde fuera. Asumí un exilio interno en algunos momentos hasta el 80, cuando sí tuve que irme otra vez porque sabían, ya se habían dado cuenta de que estaba aquí. Recrudecieron las amenazas y la propia compañía discográfica me hizo salir de Argentina. Sí que marcan esas cosas…

Foto: Juan Quiles/3Estudio

–Con el tiempo llegaron canciones que se volvieron un poco de todos. ¿Qué trabajo marcó un antes y un después en su vida?
–Yo creo que «El viejo Matías». Descubrí que hay canciones que te abren un camino directo al corazón, al sentimiento popular, y te están diciendo algo. «El viejo Matías» no fue solo un descubrimiento para los demás; también lo fue para mí. Concretamente, toqué una fibra que tenía que ver con algo que estaba ahí y que la gente no evidenciaba, pero que todos sabíamos que estaba ahí: la marginalidad, la pobreza, la falta de solidaridad, la locura, las secuelas de la guerra, todo lo que puede llegar a pasarle a un individuo en la figura de un tipo al que yo conocí cuando era un chiquilín, 10, 11 años, en Paso del Rey. Lo pude plasmar.
–¿Le molesta que haya quienes digan que hace canción política?
–Son miopes o tienen la intención de devaluar esto que uno es como artista y lo que está proponiendo. Hay infinidades de canciones de amor que obviamente sí están dentro de un contexto social y que es inevitable que yo haya escrito, porque tiene que ver con mi propia experiencia como ser humano en los distintos momentos en los que yo me enamoré y tuve necesidad de escribir esas letras. Me pregunto, ¿no las vieron? ¿No las escucharon? Quizá también es peligroso para ellos aceptar eso porque en esas canciones de amor también está inscripta la situación social, el entorno en el que esa pareja que yo viví tuvo que moverse. En «Razón de vivir» está, y les debe molestar horrores, la frase «Estoy vivo en medio de tantos muertos». Pero estoy hablando de amor, estoy hablando de la necesidad de un hombre de tener una relación. En «Ojos de cielo» lo mismo, estoy hablando de alguien que yo necesito que me sostenga. Ni hablar de las otras canciones de amor que están referidas al amor filial. En «Mandarina», en «Todavía cantamos» o en mi propio amor infantil, desde «Aquellos soldaditos de plomo», algo que se escurrió como agua entre las manos, una idea de lo que éramos que de golpe se modificó de tal manera, se violentó de tal manera que nos ha traído hasta este momento tremendo, dramático, peligrosísimo para la democracia argentina. 

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